Cerrar etapas: EBE

“-¿Y tú a qué te dedicas?

-Yo soy abogada, aquí donde me ves, pero me embarqué en 2008 en esta aventura y me enganché”.

Es la pregunta que más veces me han formulado en cada edición de EBE. Es una locura, feliz locura, meterse en esta empresa en la que cada año se “obra el milagro” de salir a flote con calidad y exigencia a pesar de los escasos apoyos locales y la dificultad de conseguir patrocinios, especialmente en los años de crisis que vivimos desde hace …, mejor no contarlo.

Mi cometido en la organización del evento era, quizás, el más satisfactorio porque, entre otras tareas logísticas, me encargaba del personal voluntario que lo hace posible año tras año.

EBE me ha dado la oportunidad de aprender, de trabajar en equipo, de viajar, de mirar Internet con otros ojos, de descubrir mi capacidad de reacción ante situaciones estresantes, de conocer a grandes profesionales que de ninguna otra forma habría podido conocer y, sobre todo, me ha dado la amistad de personas magníficas con las que cuento en mi vida para mucho más que la organización de un evento anual.

Toca cerrar etapa para abrir otras. Mi último EBE ha sido EBEbcn14. Y no quería irme sin dar las gracias de corazón a todas las personas que me han aguantado estos años con la mejor disposición y entrega, a pesar de los nervios, los despistes e incluso los cabreos –intentando conservar siempre una sonrisa y buen humor; eso sí-.

Especialmente mi agradecimiento a Ana, la primera por justicia, a Luis, a Benito, a JL, a Carlos, a Teresa, a Rafa, a Conce, a Juanjo, a Isra, a Cecilio, a Francis, a Máximo, a Antonio, a Victoriano, a Brero, a María, a José Luis, a Miriam, a Dani, a Nilo, a Rocío, a Jaime, a Txema, a Elisa, a Jerónimo, a Carlos a la cabeza de muchos más de Imaginática (Ana, Cristina, Antonio, Beatriz, Nieves, Alicia, Alberto, Carlos, Javier, Cynthia, Ricardo, Ángel, Irene, Nacho, María,…), a Hasana, a Manuel, a Víctor, a Clara, a Saray, a Beatriz, a Tamara, a Alba, a Natalia, a Enrique, a Andrés, a Alberto, a Nico, a Nono, a Edu, a Ariel, a Adrián y a todos cuantos me ayudaron en cualquier momento a salvar un escollo.

En las valoraciones que anualmente hacemos de lo peor y lo mejor del evento, los asistentes destacan en #lomejordeebe el ambiente que genera el equipo porque es una familia y logramos transmitirlo; una familia que solo ha hecho aumentar desde sus orígenes y que no puede ser mejor, de verdad.

¡Salud y gracias!

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Salimos perdiendo

Hoy somos más torpes y pobres. Lo digo con contundencia porque soy plenamente consciente del talento que acaba de salir de este trozo de tierra por un tiempo indefinido, como el contrato que firmó el lunes.

Hoy la balanza pobreza/riqueza se desequilibra más sin inmutarnos, sin que parezca importarnos la pérdida de talento que sufrimos.

Hoy esta ciudad a la que muchos estamos literalmente enganchados sigue mostrando al mundo la estupidez que la sacude, la torpeza de los que manejan sus hilos, la falta de agallas de la mayoría de ciudadanos que la habitamos.

Hace tiempo que este rincón fue mermando los sueños de una persona que dejó Madrid años atrás por echar raíces cerca de los suyos, en un entorno que parecía idóneo por entonces para vivir momentos cargados de felicidad e ilusión.

Y lo conseguimos entre todos. Volvimos a hacerlo. Dejamos que la suerte se la llevaran otros. Y nos quedamos con caras de atontados pensando falsamente que la suerte le sonreía a ella al fin.

Hoy ha dejado Sevilla Ana Asuero Arroyo, una persona verdaderamente talentosa, constante, trabajadora, curiosa, alegre y llena de energía; una persona buena en cualquier sentido. Y ni siquiera todo esto es lo más desolador. Lo peor es que pensamos que ha tenido suerte porque empieza un proyecto esperanzador en Barcelona, una buena ciudad.

Salimos perdiendo y nos quedamos sonriendo. Suerte la de aquellos que cuentan desde hoy con Ana cerca. La suma de valor, ese que está en crisis, la tienen asegurada. Nosotros no podemos decir lo mismo.

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Volver al Villamarín

Recuerdo perfectamente la primera vez que pisé el Villamarín de la mano de mi hermano Manolete, fue el partido Betis-Oviedo de la temporada 90/91 y quedó empate a uno. Entonces los partidos se veían de pie en Gol Norte. Eran buenos tiempos para el Real Oviedo y tiempos apurados para el Betis. Tenía 8 años, Pepe Mel vestía la camiseta de las 13 barras, lo que son las cosas.

Luego vieneron los abonos de temporada infantil a 5.000 pesetas y luego los juveniles a algo más. Puedo sentirme orgullosa de saber -y haber escuchado de su boca- que hice bética a mi entonces inseparable amiga de colegio Elena Ruiz. Temporadas de Gol Norte disfrutadas con la intensidad de una preadolescencia y adolescencia.

Luego llegaron los suspensos para septiembre en el Insituto y las subidas de los abonos, junto al despotismo de Lopera, y el carné se perdió como se perdió la alegría de Chano.

A partir de ese momento dejé de pisar el Villamarín -para mí nunca tuvo otro nombre ese glorioso campo- con las excepciones de las ocasiones en las que, o previo pago o por concesiones de buenos amigos, volvía con mi bufanda al cuello a recorrer La Palmera.

Y un buen día este año, tras las vacaciones de agosto, mi gran amigo José Malavé me dijo que en pocas semanas se iría a Perú por un tiempo incierto a intentar hacer negocios y abrir una oficina.

El día que tenía fecha de salida rumbo a Lima quedamos en la puerta de su oficina para darnos un beso y un abrazo y para legarme temporalmente un tesoro: su carné del Betis de la temporada 2012/13. Sonreí y lo agradecí como si me hubiera hecho un gran regalo pero poco después supe que me había quedado corta.

Ese carné lleva conmigo tres meses y me ha devuelto la incomprensible ilusión que desatan esas gradas, pase lo que pase. Me ha recordado lo que sentía en aquellos años de carné, a pesar de que ya sumo el doble de años y me ha vuelto a hacer sentir la grandeza que tiene el equipo único e inigualable que allí habita.

Muchas cosas siento cada vez que vuelvo a enfilar esa bendita avenida con la bufanda o la bandera al cuello pero sobre todo y ante todo una emoción indescriptible, unos nervios que ni las pipas ni las uñas calman durante los 90 munitos de juego y un cariño hacia la mejor afición del mundo inmensa.

Y todo esto se lo debo a mi abuelo Antonio, que nos dejó un legado de bondad infinita y un beticismo inquebrantable. Ahora mi sobrino Pedrito, el más pequeño de los cinco magníficos, ha aprendido a escribir la «b» gracias al Betis que no deja de nombrarle su tita Rocío. Ya mismo pisará el Villamarín por primera vez de mi mano, junto a su hermana y -espero- su querida tita Ana, como ya hicieran sus primos con mi hermano y conmigo. Espero transmitirles ese legado y que lleguen a emocionarse como lo hago yo cuando canto y escucho rugir el Glorioso de esta forma cada partido en casa

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